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¿Cómo leo mi Biblia?

La lectura constante y regular de la Biblia es muy importante para los cristianos, porque al bendecir nuestra lectura, el Espíritu Santo profundiza nuestro conocimiento de Dios y de nosotros mismos. Este doble conocimiento es, tal como Juan Calvino comenzó su famosa Institución de la Religión Cristiana, nuestra «sabiduría verdadera y sólida».

Sin embargo, una cosa es atender el llamado de Dios a leer Su Palabra y otra muy distinta es saber cómo hacerlo. Esto es comprensible. La Biblia es una verdadera biblioteca (66 libros). Saber por cuáles empezar, cómo relacionar los del Antiguo Testamento con los del Nuevo Testamento y cómo acercarse a libros con géneros diferentes, puede ser abrumador. Sin embargo, el asunto es importante. El apóstol Pedro observó en su época que “los ignorantes e inestables tuercen… las Escrituras — para su propia perdición” (2 Pe. 3:16). Consideremos, pues, algunos principios a través de los cuales podemos leer bien las Escrituras y beneficiarnos al máximo de lo que debería ser para el cristiano un ejercicio espiritual habitual. 

Nuestro acercamiento a la Biblia

Nos acercamos a la Escritura en oración. Antes de leerla buscamos la ayuda del Señor. Necesitamos que Él nos muestre lo que significa el pasaje en particular y lo que debemos aprender de él. Mediante esta oración, pronunciada con sinceridad, manifestamos una confianza en Dios para obtener la iluminación que necesitamos. También manifestamos nuestra disposición a someternos a las enseñanzas de la Biblia. Esta sumisión surge del amor a Dios (el autor principal de la Biblia); de la comprensión de que los asuntos bíblicos requieren un discernimiento espiritual que sólo Dios concede (1 Cor. 2:14); y en vista del hecho de que las verdades bíblicas no son naturalmente agradables. Si se nos deja solos, es probable que rechacemos cualquier cosa de la Escritura que consideremos que no es de nuestro agrado. Los creyentes fieles, sin embargo, son los que buscan sinceramente discernir su significado y adoptarlo en el perfeccionamiento de nuestra fe y nuestra conducta. Por tanto, no añadimos a la Escritura, ni le sustraemos (Ap. 22:18-19), ni la tergiversamos (véase más arriba).

Nuestra introducción a la Biblia

La Biblia no es un libro cualquiera y no tiene por qué leerse como los demás libros (es decir, desde el principio). Por ejemplo, cuando se comparte el Evangelio, muchas veces es mejor recomendar la lectura de los Evangelios a los lectores principiantes. Aunque el Evangelio ya se conocía en los tiempos del Antiguo Testamento (Jn 5:39), la progresión de su revelación alcanzó su punto culminante en el ministerio del Señor (Jn 1:14, 17-18). Por ello, animamos a los nuevos lectores de las Escrituras a estudiar primero Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Les recomendamos la práctica de plantearse, mientras leen, preguntas como las siguientes: ¿Quién era Jesús? ¿Por qué su evangelio son buenas nuevas? ¿Qué me dice estas buenas nuevas? Una vez que los lectores se hayan familiarizado con los rasgos más destacados del Evangelio, les resultará más fácil adentrarse en la promesa del Evangelio en el Antiguo Testamento y en su desarrollo en las epístolas del Nuevo Testamento. Dicho esto, algunos libros del Antiguo Testamento, como Eclesiastés, son más accesibles y relevantes desde el principio para los inconversos y, en particular, para los que no asisten a la iglesia.

Nuestro uso de la Biblia

Como cristianos debemos utilizar toda las Escritura. Pablo escribe: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra.”  (2 Tim. 3:16-17). El énfasis del apóstol desafía una idea errónea y muy antigua, de que si no se trata un tema en los Evangelios, este no es importante.

Mientras que los autores de los Evangelios narran la obra de la persona del Mesías, los apóstoles, como testigos de Jesús desde Su bautismo (Hechos 1:21-22), funcionan como heraldos del Mesías. Aunque la forma de sus escritos difiere ~ en que escribieron epístolas prácticas en lugar de registros históricos ~ los apóstoles, sin embargo, predicaron el mismo evangelio. Aunque Pablo no fue llamado hasta poco después de la muerte de Jesús, lo mismo ocurre con él. De hecho, si Pablo hubiera hecho pública una proclamación diferente de Cristo, se habría metido en serios problemas con los apóstoles. Por el contrario, encontramos que el apóstol Pedro pone los escritos de Pablo al mismo nivel de las Escrituras (véase 2 Pe. 3:16). Los escritos de Pablo no sólo otorgan un lugar central a Jesús el Cristo, sino que establecen claramente la doctrina cristiana con el trasfondo del Antiguo Testamento. Rechazamos, pues, la afirmación de que Pablo se erigió en un segundo fundador del cristianismo. Enfrentar su enseñanza a la de Jesús es una falacia. ¡Toda la Escritura nos equipa!

Nuestra aplicación de la Biblia

Para aplicar correctamente la Escritura a nuestra vida hay ciertas preguntas que debemos hacernos: (1) ¿Hemos entendido bien el texto o el pasaje en su contexto histórico y gramatical? Los comentarios bíblicos pueden ayudarnos en este punto. (2) ¿Habla el texto o el pasaje a los que son, o no son, el pueblo de Dios? Por ejemplo, Amós 4:12 y Apocalipsis 3:20 se utilizan a menudo en referencia a los incrédulos, cuando es evidente que se refieren principalmente al pueblo de Dios. (3) ¿Se ha derogado o modificado dentro de la Escritura el principio que constituye el núcleo del texto o pasaje en cuestión? Por ejemplo, los principios del Antiguo Testamento continúan a menos que sean claramente derogados o revisados en el Nuevo Testamento; hay pruebas dentro del Nuevo Testamento de que los dones extraordinarios del Espíritu habían cumplido su propósito al final de la era apostólica (Heb. 2:3-4). En otras palabras, nuestra aplicación de la Escritura debe corresponder a lo que la Escritura realmente enseña. Entonces, lo que importa no es sólo una visión elevada de la Escritura, sino un uso elevado de la misma.

 

Traducido por: Karla Martinez

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